Por Naiomis Tejeda
La vida es una recopilación de momentos los cuales se dividen entre buenos, malos, regulares, espectaculares, desastrosos, alborotados, pacíficos y un sin número de estados más. Sin embargo, siempre están esos momenticos que se recuerdan por una razón en específico, los cuales retornan a nuestra memoria en las ocasiones menos esperadas.
Esa es la situación que he estado viviendo desde que asistí a la degustación de diversos platos organizados por la periodista gastronómica y foodblogger, Elaine Hernández en el marco de su taller sobre Escritura Creativa para Foodies. En el cual, aparte de la degustación también se expusieron y debatieron temas de sumo interés para todos los interesados y amantes de exponer la gastronomía de manera creativa en papel y lápiz, o adaptándolo a tiempos modernos: en toda la internet.
Al momento de la degustación gastronómica, diversos platos decoraban la mesa y al percatarme de ello se me hizo ligeramente complicado saber con cual debía empezar o terminar. Para cualquier persona esa decisión pareciera ser muy sencilla pero para mí, quien aparentemente y según lo que comenta la gente soy bastante metódica, fue un “mini caos” interno. Finalmente decidí comenzar con un trozo de carne el cual de inmediato identifiqué como churrasco.
Sin embargo, el momento de mayor éxtasis gustativo fue cuando le tocó el turno a la salsa de arándanos. Saborearla sola o acompañada del churrasco o de las albóndigas de ternera fue una experiencia celestial, como si se tratara del último paso requerido para alcanzar el Nirvana. Y posiblemente lo recuerde de esta manera porque mis gustos por los dulces son innegables, y ese plato junto al té frío de naranja le dieron los toques azucarados a toda la degustación.
Los demás platos como la salsa de mostaza y los pinchos de carne de pavo con uva y tomate pasaron a un segundo y tercer plano luego de haber disfrutado de la salsa de arándanos. Fue una bonita experiencia a pesar de que también fue corta, pero así suelen ser los momentos de felicidad en el transcurso de nuestras vidas.
Al final, nos quedan los recuerdos de lo vivido, el aprendizaje de esas experiencias y las ganas de seguir encontrando nuevos sabores que nos conecten a sensaciones que desconocemos, para seguir recopilando esos momentos que puedan llegar a nuestra memoria cuando menos lo esperemos. Eso es gratificante, o al menos para mí lo es.